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La Plaza de Oriente: Secretos y Curiosidades Ocultas de Madrid

La Plaza de Oriente: donde los secretos de Madrid susurran entre adoquines

¡Aquí estamos de nuevo, amantes de lo oculto y lo extraordinario! Hoy nos zambullimos de cabeza en uno de esos lugares de Madrid que crees conocer, pero que, créeme, guarda más historias y chismorreos que una abuela de pueblo en día de mercadillo. Hablamos, por supuesto, de la majestuosa Plaza de Oriente. Si pensabas que solo era un bonito telón de fondo para fotos, prepárate para que te vuele la cabeza. ¡Esto va de verdades incómodas y curiosidades inesperadas!


El ejército de piedra que huyó de las alturas (por miedo… ¿real?)

Paseas por la Plaza de Oriente y ahí están: esas imponentes estatuas de reyes que te observan con una seriedad pétrea. Parecen hechas para el lugar, ¿verdad? Pues agárrate fuerte, porque la realidad supera la ficción. Esas figuras, que hoy admiramos a ras de suelo, ¡estaban destinadas a la cornisa del mismísimo Palacio Real! Sí, iban a ser la guardia de honor aérea del monarca.

Pero aquí viene la jugada maestra del destino, o más bien, de la reina Isabel de Farnesio. Cuenta la leyenda (y algunos historiadores la respaldan) que la buena señora, esposa de Felipe V (no de Felipe IV, como podría inferirse, ya que Felipe IV ya había fallecido en 1665 e Isabel de Farnesio reinó en el siglo XVIII), soñó que una de esas estatuas caía y mataba a su hijo, Carlos III. La idea de que esas moles de piedra pudieran aplastar a alguien la aterrorizó. Así que, con un «aquí no se mueve nadie», decidió que mejor se quedaran abajo. ¡Y menos mal! Gracias a ese temor real, hoy podemos ver de cerca joyas como la estatua ecuestre de Felipe IV. Y ojo al dato: la figura del caballo, tan desafiante con sus dos patas en alto, fue un encargo al escultor Pietro Tacca. ¿El truco? Tacca usó ¡los mismísimos cálculos de Galileo Galilei para lograr el equilibrio perfecto! Un cruce de arte y ciencia que te hace pensar: ¿cuántos secretos esconde cada detalle que damos por sentado?


El Teatro Real: El gigante que resucitó de sus cenizas (¡y del abandono!)

Justo enfrente de la plaza, el Teatro Real se alza con una elegancia que intimida. Lo ves, y piensas: «cuánta historia, cuánta ópera». Pero la historia de este coloso es más dramática que cualquier libreto. Su construcción fue un calvario de más de 30 años. ¡Sí, tres décadas para levantar un edificio! La primera piedra se puso en 1818 y no fue inaugurado hasta 1850. Y cuando por fin abrió sus puertas, después de tanta espera, la vida le tenía guardada otra puñalada trapera.

En octubre de 1925, tras décadas de esplendor, el Teatro Real cerró. ¿El motivo oficial? Un informe técnico del Ayuntamiento de Madrid determinó su cierre inmediato debido a un hundimiento en su estructura. La verdad es que pasó ¡41 años cerrado! Cuatro décadas de silencio, de polvo, de abandono. Imaginen un edificio de esa magnitud, en pleno centro de Madrid, convertido en un fantasma. No fue hasta 1966 cuando reabrió sus puertas, pero solo como auditorio y sede del Real Conservatorio Superior de Música y Escuela de Arte Dramático. Y finalmente, fue en 1997 cuando recuperó su esplendor como templo operístico. Un verdadero Fénix de los escenarios, recordándonos que incluso los monumentos más grandes pueden caer en el olvido y, con esfuerzo, resurgir con más fuerza. ¡Una lección de vida en piedra y telón!


El secreto bajo tus pies (con su buena dosis de polémica)

Ahora, pisa con confianza. ¿Sientes algo? No, no es un terremoto, aunque la historia de lo que hay debajo generó sus propias réplicas en su momento. Bajo la apacible Plaza de Oriente se esconde un secreto que fue motivo de un verdadero culebrón madrileño: un gigantesco aparcamiento subterráneo.

Cuando se decidió construirlo entre 1994 y 1997, la controversia fue épica. Los conservacionistas gritaban: «¿Cómo van a excavar bajo esta joya histórica, poniendo en riesgo cimientos y vestigios antiguos?» De hecho, durante las obras se encontraron importantes restos arqueológicos, incluyendo vestigios de la Torre de los Huesos, parte de la muralla islámica de Madrid del siglo XI. Los modernistas replicaban: «¡Madrid necesita aparcamientos! ¡Es el progreso!» Al final, la necesidad de espacio para los coches ganó la batalla (o al menos la subterránea). Así que, la próxima vez que paseen por ahí, sepan que bajo sus pies hay un hormiguero de vehículos y, sorprendentemente, también restos de la historia más antigua de Madrid. Una curiosidad que refleja la eterna lucha entre el pasado y el futuro de nuestra capital.


Un rincón de honor: El héroe silencioso de la Plaza

No todas las historias de la plaza son de reyes y óperas grandiosas. Hay un pequeño rincón, discreto y a menudo ignorado, que guarda una historia de valentía y sacrificio: el Jardín del Cabo Noval. Este espacio rinde homenaje a Luis Noval Ferrao, un cabo que en la Guerra de Melilla, en 1909, protagonizó una valerosa acción. Capturado por el enemigo, fue obligado a marchar hacia su campamento español para engañar a sus compañeros. Sin embargo, Noval gritó: «¡Disparad, soldados! ¡Aquí están los moros!», alertando del peligro y sacrificando su vida para salvar a los suyos. Un acto de heroísmo puro que le valió la Cruz de San Fernando a título póstumo, y que nos recuerda que no todos los grandes personajes de la historia tienen estatuas gigantes o teatros con su nombre. A veces, la verdadera grandeza se esconde en los rincones más humildes. El monumento fue costeado por suscripción popular, impulsada por un grupo de mujeres encabezadas por la reina Victoria Eugenia.


La visión Napoleónica (que no le salió del todo bien)

Finalmente, la Plaza de Oriente tal y como la conocemos hoy, con su diseño simétrico y sus amplios espacios, es fruto de una ambiciosa remodelación impulsada por un personaje que, curiosamente, fue bastante odiado en España: José Bonaparte. Sí, el hermano de Napoleón, al que llamaban «Pepe Botella», dejó su huella urbanística a principios del siglo XIX. Su visión, plasmada por real decreto el 14 de diciembre de 1809, era transformar Madrid a la manera parisina, con grandes avenidas y plazas. La Plaza de Oriente fue parte de ese plan, que implicó la demolición de numerosas manzanas de edificios y calles estrechas frente al Palacio Real. Aunque su reinado fue breve y controvertido, y la plaza no se completó según sus planes originales durante su mandato, sentó las bases para el diseño que hoy conocemos. Es fascinante cómo un gobernante tan polémico puede dejar un legado estético tan importante en una ciudad.


Así que ya lo sabes. La próxima vez que visites la Plaza de Oriente, no solo admires su belleza superficial. Cierra los ojos, abre los oídos a los susurros del pasado y piensa en los cálculos de Galileo, en un teatro que volvió de la tumba, en las batallas bajo tierra y en los héroes anónimos. Porque en Madrid, incluso lo más obvio, esconde siempre un misterio.

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